jueves, 15 de agosto de 2013

NO PUEDO LEER




La lluvia inunda las páginas de este libro,
ha borrado las letras que se disuelven
en el mar que las atormenta sin ser leídas.
Trágico y desolado instante en que las veo
desaparecer sin pronunciar sus nombres,
contar sus historias, sueños inconclusos,
el llanto  impregna  sus vestidos grises.


La lluvia no escucha el clamor de las letras,
las ahoga antes de abrir sus bocas.
Desesperadas se aferrar a la hoja,
clavan sus uñas en la piel  del libro,
lo desgarran inmisericordes
en un afán de no desaparecer.


Mis ojos no las pueden descifrar,
son sólo un borrón de tinta que lentamente se desliza
más allá del entendimiento.
Con rostros desvanecidos elevan sus ojos
sin  entender qué sucede,
deshechas por la mano líquida que las acaricia
inclemente.

No puedo leer...

Se agrava la situación a medida que la lluvia febril
taconea las páginas
y el viento las sopla divertido,
rasga las hojas y deja letras huérfanas
disueltas en la humedad.

El espacio las recibe en sus brazos,
se apodera de  lo que pudo ser una historia,
nadie sabrá de ellas, lo interesadas que estaban,
cuando mi mano abrió las páginas y ellas,
asomaron sus caras con alegría.

No pude leer... tal vez... no fue mi momento...






jueves, 1 de agosto de 2013

EN EL MISMO LUGAR


T
e miro desde el mismo rincón, no me he movido para nada. Trato de no meter bulla mientras tú caminas de un lado a otro  en busca de algo que se te perdió. Podría decirte dónde lo dejaste ayer que estuviste leyendo y descuidadamente cayó tras el sillón. Ahí  está, no se ha movido como yo. Pero tú estás tan absorto en encontrarlo que no has notado mi presencia, no consultas, sólo rabeas y has salido dando un portazo. Acusas a todo el mundo de tu descuido. Me quedo más quieto que de costumbre, nadie nota que estoy aquí, la mucama entró con su plumero y me  pasó esas plumas de ganso por todos lados, que me hizo estornudar y  las campanadas salieron tan de improviso que la mujer dio un salto y se persignó. Luego me miró con tamaños ojos y  recelosa se marchó sin terminar de sacudir los muebles.
Llevo tanto tiempo sin hablar que  no recuerdo su sonido. Quisiera salir al patio y contemplar el jardín, muy pocas veces abres las cortinas y dejas abierta la ventana para que entre el aire fresco, ese aroma a magnolias, a rosas en su clímax y la enredadera de azares. También me emociona escuchar el canto de los mirlos y otros pajarillos que curiosamente se asoman  a husmear el cuarto. Les llamo con mi lacónica voz sin sonido esperando sepan escuchar bajo el silencio, pero me equivoco, se marchan al primer ruido y quedo con el sabor de su compañía.
Has llegado, traes otro semblante, más entusiasta, me miras con curiosidad, me siento un poco inquieto, imagino que tus intenciones no están bien definidas. Sigues mirándome, te llevas una mano a la cabeza y luego sonríes. Me tienes con el alma en un hilo, no me gusta tu sonrisa, quiero permanecer en el mismo lugar, pero ya lo has decidido, me tomas con rudeza, me colocas sobre el escritorio. Tengo tanto susto que se me escapa una campanada y tú en orden de acallarme paras mi corazón que deja de latir y me cubres con un paño. Dices en voz alta, -te venderé en la subasta y podré pagar mis cuentas. Luego te ríes y agregas -la mucama afirma  que estás embrujado, que tienes ojos que la observan, por eso, ya no te quiero en mi casa.

Quiero llorar, ¿qué será de mí?, ¿quién cuidará de ponerme a la hora exacta como tú lo haces? No te importa que lleve parte de todos tus ancestros pegado a la piel de mi corteza, que por años te cuidé y te aconsejé sin manifestarme, con el fin de no asustarte. Eres un ingrato.  Nada de lo que te diga telepáticamente ahora te hará desistir de sacarme de tu casa para siempre.