martes, 15 de octubre de 2013

CREPUSCULAR




Se desglosa la tarde en mil partículas
como las cuentas de un rosario al caer.
Un suave deslizar de hojas
que al roce del césped
lanza un breve lamento seco.
Las aves revolotean en busca de un nido,
y otras enfilan su adiós hacia lejanos lares.
un barco de carga silba en el viento
su lamento de fierros,
va dejando sus lágrimas
en una estela que cruza el mar.
Los cerros se bañan con los últimos rayos
y los arreboles se disputan el cielo.
La araña va tejiendo de sombras el atardecer
y poco a poco avanza sobre los tejados.
El gato despierta y se lame los bigotes,
mientras el perro se acomoda en un rincón
 y en el hueco de mis pupilas voy recolectando
los brillos de la noche
que sacude su negras cabellera.
Todo se desglosa en magníficas circunstancias
al caer el telón del día.

martes, 1 de octubre de 2013

EL BARDO


Me sorprendí al abrir la puerta. En medio de la pieza se encontraba aquel hombre, de pie, formalmente vestido, con sus ojos clavados en mi rostro. La impresión fue mayúscula porque no esperaba encontrar a alguien  en mi cuarto. Los dos nos miramos, yo, confundido, él, muy tranquilo, como que  le era natural. Señor, ¿cómo entró a mi pieza?, le pregunté después de un breve lapso.
 Me miró y volteó la vista, caminó unos pasos y contestó con voz serena, que era lo mismo que me iba a preguntar a mí. ¿Joven de dónde sacó las llaves de mi cuarto? Lo miré con los ojos muy abiertos y dudoso, ¿perdone, señor?, usted está equivocado, este es mi cuarto desde hace un año. Es increíble, pensé, ¿de dónde habrá aparecido este señor diciendo que es el arrendatario de este piso? Señor, pienso que usted se ha equivocado de  cuarto. Me miró y  sonrió por un instante, luego caminó por la pieza hasta llegar a la cocina. El hombre lucía un traje a su medida pero fuera de época, un poco pasadito de moda, tenía un bastón en su mano y un sombrero en la cabeza. Joven, temo informarle que es usted el equivocado de cuarto, deberé reportar este atrevimiento al portero y de inmediato, si no sale  en este momento, dijo, clavando sus ojillos en mi cara  y haciéndome sentir como un intruso en mi propio cuarto.  Por favor, señor, mire el número de la puerta, es  el 25, segundo piso. Claro que lo sé joven, si es mi cuarto desde hace más de veinte años.
No lo puedo creer, me restregué los ojos. Señor, hace un año que  estoy arrendando este cuarto amueblado por  cincuenta mil pesos, tengo todos mis recibos. Lo siento pero es usted joven el equivocado, este cuarto me pertenece, tengo la escritura  a mi nombre. Fue hacia una gaveta de mi escritorio y sacó un legajo de papeles. Mire y  compruebe que  no le miento, dijo con voz seca. Al tomar los papeles, toqué casualmente su mano, estaba tan helada que me dio un escalofrío. Ojeé los manuscritos, por cierto  muy antiguos y efectivamente, decía que el señor Óscar Castro Zúñiga era el propietario de ese departamento. Pero, obviamente usted no estaba en el país y el portero me arrendó su piso, tal vez con su consentimiento, insinué, mientras continuaba  ojeando los papeles sin dar crédito a lo que estaba sucediendo. Joven, este ha sido y será mi departamento y  si el conserje lo arrendó, muy malo para usted que deberá retirarse de inmediato, pues nunca he dado órdenes de ocuparlo, afirmó con autoridad.
 Señor, por favor, déjeme ir a averiguar y  traeré al conserje para que corrija el problema. Después de un breve momento el caballero  se acercó a la  ventana y  dándome la espalda accedió a mi pedido. Está bien, le daré unos minutos para que saque sus pertenencias, puede traer al portero, dijo. Luego  comenzó a fumar una pipa que no vi cuando  encendió y, siempre mirando hacia  la calle, comenzó a dar grandes bocanadas de humo.
Muy alarmado, y con la preocupación que podría quedar en la calle si no encontraba otro departamento desocupado, me dirigí a grandes zancadas hacia el primer piso de la oficina del conserje.
Allí estaban otras personas por lo que tuve que esperar unos minutos, con sumo cuidado, expliqué al hombre lo que me había sucedido en  mi  departamento,  el conserje me miró sorprendido y muy curioso me preguntó si no me había metido en otro cuarto. Le repetí varias veces  el número y el piso, al final lo convencí de acompañarme.
Estaba sudando de puro coraje, mi corazón latía desenfrenado y  de sólo pensar que tendría que mudarme,  se me doblaban las rodillas. Por fin el ascensor nos llevó al segundo piso. Yo hubiera subido usando las escaleras, pero el hombre era viejo y llamó al elevador. Mi cuarto estaba cerrado, me desconcertó que estuviera con llave, golpeé esperando no molestar al señor Castro, pero el conserje me increpó aludiendo a que usara mis llaves. Pero… el señor… ¿Qué le pasa, no es este su cuarto? preguntó con molestia, ¿qué no tiene llaves?  Sí…pero… ¡Ya, deme las llaves!, si hay un intruso lo echaré con la policía a la calle. Sin esperar a que le entregara mi llavero,  tomó su llave maestra y  la introdujo en el cerrojo que después de dos vueltas cedió. El conserje entró primero  seguido por mí. El olor a tabaco nos abofeteó el rostro. El hombre me preguntó si fumaba y le respondí que no. Me miró incrédulo, aquí alguien ha estado fumando y  fuerte, dijo carraspeando, está prohibido fumar en los cuartos.
Señor, ya le dije, acabo de llegar de mi trabajo y  ese caballero del que le conté tenía una pipa. Revisamos todo el departamento pero no había nadie allí salvo nosotros. La cocina, el baño y el dormitorio, lucían tal como los había dejado  en la mañana temprano. Fui directo al escritorio y busqué ese legajo de papales, pero no encontré nada.
¿Cómo dijo que se llamaba el hombre que  estaba en su cuarto?, indagó el conserje. Oscar Castro Zúñiga, exclamé de inmediato. ¿Cómo dijo? ¿Oscar Castro Zúñiga? No me diga, ¿no estará equivocado?, ahora recuerdo que hubo  años atrás un señor de ese apellido, ah, creo que era un poeta, algo así, ¿profesor, no? Yo estaba pequeño, pero mi padre siempre hablaba de él por sus poemas. Claro, que  el bardo  murió  como en el año 1947 creo de tuberculosis, algo así. Por cierto que  debe ser un alcance de nombre nomas, agregó el conserje.
Bueno, pienso que  a lo mejor usted entró a otro departamento, como son todos igualitos, posible que no se dio cuenta. Me voy,  abra la ventana para que salga el humo,  aquí está prohibido fumar. Ya le dije que no fumo. Bien, pero el departamento está lleno de humo de cigarrillo, volvió a golpear la voz, mientras  se alejaba carraspeando por el pasillo,  lo oí mascullar  que era sólo un alcance de nombre, nada más…
Molesto, cerré la puerta y abrí la ventana, el aire fresco entró y despejó el ambiente,  todavía dudoso de que el señor estuviera por allí escondido, fui y revisé  de nuevo. Sin embargo, todo estaba normal. Más tranquilo, me duché y luego preparé mi cena, vi las noticias y me fui a  la cama, a media noche escuché entre sueños que alguien trajinaba  el escritorio, pero supuse que el ruido venía de los otros departamentos y  como estaba tan cansado, no quise levantarme a investigar y  me dormí.  A la mañana  siguiente, descubrí que algunas gavetas del escritorio estaban semiabiertas y que  había un papel sobre la mesa, tenía algo rayado muchas veces, como un poema o algo así. No pude descifrar lo que decía y lo tiré a la basura, luego me fui a mi trabajo.
Cuando volví por la tarde el conserje me llamó de su oficina. Mire joven, aquí hay una foto  del vate, mi padre la guardaba entre sus cosas, ah, y un poema. Bueno, según los datos que tengo, el señor Castro era el propietario del departamento pero  después de su muerte quedó vacante. Cogí la fotografía, la miré, no pude evitar una exclamación de sorpresa,  ¡pero si es el mismo señor de ayer! dije eufórico. ¡No! no puede ser posible, interrumpió el conserje, el poeta  está muerto, repitió varias veces incrédulo.  Pero, tiene el mismo traje, el sombrero y en su mano una pipa, es él, afirmé. ¿No me diga que  lo están penando?,  apuntó con voz burlona el anciano y se echó una risita, que me molestó bastante. Créame o no, el señor de la foto luce idéntico al que vi en mi cuarto ayer. Se lo aseguro. Salí de la oficina con la foto y el poema, mientras el conserje me recomendaba que  se la devolviera después y que  no tomara más de la cuenta, lo dijo con una risita sarcástica. Subí  de dos en dos los escalones echando humo por las orejas de rabia, ¿qué se cree ese viejo decrépito?, ¡yo no bebo!
Ya en el cuarto y más sereno,  estuve  leyendo el poema, su título: “Para que no me olvides”, hermoso poema, pensé y se me ocurrió sacar el papel que había lanzado a la basura, lo estuve estirando hasta que  con esfuerzo pude comprobar que era una copia con borrones del mismo poema.

Sorprendido y curioso pensé para conformarme, bueno, soy compañero de pieza de un gran poeta fantasma, no  puedo creer que me visitó, aunque me asusté un poco, fue porque  pensé que quedaría sin mi departamento,  sin embargo, si realmente es un fantasma, será muy interesante,  tener una buena plática con él. Me  sentiré  muy orgulloso de tenerlo de compañero de cuarto, claro, siempre que el bardo no venga a  echarme de nuevo.