jueves, 15 de mayo de 2014

ANTICIPO




Hay en el aire un gemido que  sale de las piedras,
un murmullo ancestral recorre las dunas.
En el cielo el minotauro ha cerrado sus párpados 
tiñendo con su sangre  los tardíos arreboles.
Nadie sabe qué sucede,
no hay dudas  de algún anticipo  inesperado,
algo que titila en el espacio como un péndulo
a punto de oscilar.

Camino bajo fríos ojos de neón, abandonados
repentinamente por amistosos bichos de la noche,
y presiento la angustia del momento que sube
los acantilados de la espera.
Hay, un murmullo agazapado en las esquinas
de las discordia, un leve  modular que no dice nada,
aumentando más las palpitaciones de  las veredas,
sacudidas por breves estertores.

Desde lejos llega el sonido  del mar, recogido
más allá de sus profundidades,
trae un anunció desastroso, un trueno que estalla
en la garganta del viento,
vomitando  sobre la playa y luego en la ciudad
todo un licuado de  agua, arena y sal.

Cae con ímpetu  destructivo,
elevando las casas como  juguetes
y los botes de papel zarpan en estruendosa estampida
hacia desconocidos lugares.
El caos reina, baila  junto a los aterrorizados ciudadanos
rezagándose en su carrera hacia los cerros.
El eco de un grito queda flotando en la cresta de una ola,
envestido por la furia desahogada de la naturaleza.

Mañana todo estará en calma de nuevo.
El tsunami habrá escondido sus alas en el fondo del océano,
dando una tregua a los humanos precavidos,
que por esta vez, se han alejado de la costa.


jueves, 1 de mayo de 2014

LADRONES



No escuchó cuando la puerta se cerraba, los fonos le cubrían las orejas y la música era estridente. Por eso cuando lo vio aparecer en su dormitorio. Así de frente, con el rostro tapado por una  bandana,  de un salto se incorporó en su lecho. Sólo atinó a preguntar  ¿quién eres?, con voz temblorosa. ¿Cómo entraste...? Sin embargo, el individuo no escuchaba y  con prepotencia lo empujó fuera de su paso.
Desde el otro dormitorio se sentía el ruido de cajones al caer, revoltijo de cosas que se esparcían por el suelo. El botín debería ser más que contundente para esos escasos  minutos que los delincuentes se daban. Lo tenían todo planeado,  por varios días vigilaban la casa, quién salía o entraba, y las horas en que  estaba sola. Ya era el cuarto asalto con éxito. Pero hoy no habían contado con el  joven de catorce años que por encontrarse enfermo no había ido al colegio. Mas, eso no impidió el asalto. El resto de la familia  había dejado la casa temprano.
Los dos asaltantes provistos de  bolsos empacaban todo lo de valor, joyas dinero, accesorios de avanzada tecnología, en fin,  al chico lo amarraron y tiraron al suelo, por supuesto que los audífonos caros y su tablet fue lo primero que entró en la bolsa, las  zapatillas de marca y una chaqueta, aparte de otras cosas valiosas. De esta manera los  delincuentes salieron sin omitir ruidos y montaron en una moto que se alejó por el pasaje como Pedro por su casa.
Los maleantes dejaron pasar dos días sin  salir de sus viviendas, luego se pusieron de acuerdo y escogieron otro barrio más alejado de la ciudad, una casona de vacaciones de unos pudientes propietarios. Durante  ese tiempo de vigilancia, los dos maleantes se dieron cuenta de que la mansión, permanecía solitaria después de que  el par de empleadas terminaban  la limpieza. Entonces decidieron dar el golpe esa noche. Se sentían unos expertos forajidos, con mucha personalidad llegaron en la moto, rodeando un rato la casa para cerciorarse que no había nadie allí.
Con sus eficaces herramientas entraron sin dificultad. Todo era silencio, la oscuridad les envolvía  con su ala de complicidad. Sólo se escuchaba el acompasar cauteloso de sus pasos y  la respiración de ambos. Los  ladrones caminaron hasta llegar a un lugar seguro y encendieron sus linternas. Rápido treparon la escalera al segundo piso. Cuatro dormitorios y varios baños, una sala de estar, y una pieza de estudio. Todo en completo orden. De pronto, un reloj dio unas campanadas y los asaltantes entraron en pánico, pero  luego se tranquilizaron sabiendo que era un reloj, lo malo fue que los asaltantes no sabían que ese reloj sólo marcaba las horas y  en ese momento eran las 045. Los secuaces  siguieron abriendo todas las gavetas de la oficina en busca de dinero o joyas, así revisaron los estantes, en el  saco que llevaba cada uno iban echando todo lo de valor que encontraban. Por supuesto que en una gaveta con llaves y, después de romper la cerradura, encontraron dinero y algunas joyas. En un breve momento de silencio, uno de los  maleantes advirtió al otro de unos pasos  en la escalera. Lentamente se escondieron tras un armario mientras apagaban sus linternas.
 La noche se hizo densa y los envolvió con su capa protectora. Los pasos  continuaron subiendo, pesados, como si un hombre robusto se encaminara al segundo piso. Lo extraño que les pareció en ese instante era que no veían luces prendidas, sólo el ruido de esos pasos, nada más. De pronto las pisadas se detuvieron junto al umbral del escritorio en donde los asaltantes se encontraban.  Uno de ellos apretó un puñal que tenía en el bolsillo, el otro, sintió que le corría un sudor frío por la frente, pero guardaron silencio tocándose el brazo como señal de precaución.
Pasaron cinco largos minutos y nada, ni una sola pisada de aquel individuo que subió. Al unisonó  se  pusieron de pie,  el del puñal avanzó primero, el otro se mantuvo junto a él  escudriñando las penumbras. Llegaron al umbral sin prender la linterna. No  había nadie, el pasillo hacia las demás piezas estaba vacío. Veamos las otras habitaciones ordenó en susurro el que llevaba el arma, el botín que tenían no era suficiente, debería haber más cosas de valor en la casa.
A punto de salir de la oficina sintieron que alguien subía las escaleras, los dos asaltantes entraron rápidamente  y se escondieron detrás del escritorio. No querían arriesgar a que fuera un policía o un vigilante nocturno.
Nuevamente los pasos subieron las escaleras, sin apuro, con ruidos pesados que hacían crujir las tablas del piso. Lo raro es que  no había luces encendidas o una linterna que les indicara la presencia del  hombre. Nada. Los pasos se detuvieron enseguida en el umbral del escritorio, uno al otro se contuvieron tocándose el brazo, en espera de que no tuvieran un enfrentamiento, pero  ese acecho  les hacia mella en los nervios que en otras ocasiones no tuvieron, algo andaba muy mal. Cinco minutos de silencio. El  ladrón del puñal no aguantó más y salió de su escondite seguido por el segundo, el arma la llevaba al frente dispuesto a todo. Prendió su linterna y apuntó al pasillo. El piso se veía  sin movimiento ni luces en las otras piezas. Vamos, dijo, no me gusta esta casa, es rara.  ¿No vamos a  ver las otras piezas? No,  algo no está bien,  vayámonos, mejor. Pero, ¿y si hay joyas  en los dormitorios?, insistió el  asaltante que no llevaba arma.  No, te dije que  hay algo raro que no me gusta aquí, exclamó golpeando las palabras en voz baja.
 Entonces  un cuadro que se encontraba junto a la bajada de la escalera cayó y rodó  dejando un sinnúmero de pedazos de vidrios diseminados por los escalones. Los dos secuaces saltaron del susto, no esperaban nada parecido. Sin embargo, cuando se disponían a bajar divisaron un bulto que subía  lentamente  en el otro extremo. El primer asaltante lo enfocó con su linterna en un afán de confrontación, ya estaba harto de esconderse. Pero la luz no enfocó nada,  los cabellos se le erizaron de terror,  tiró la bolsa al suelo y corrió al estudio seguido por su  acompañante. Sin titubear abrió una ventana   con un ademán desesperado, mientras escuchaba los pasos subir las escaleras, indicó a su amigo que saltaran  desde allí. No lo pensaron dos veces y se lanzaron al pasto rompiendo varias macetas de flores. Adoloridos por  la caída, tomaron la moto y salieron sin volver la vista con las manos vacías, pues ambos habían abandonado las bolsas en el segundo piso.

Cuando al día siguiente llegaron las empleadas como de costumbre a ordenar todo para el fin de semana en que los patrones venían, encontraron las macetas rotas y el desorden en el escritorio con las dos bolsas. Pero el cuadro que había caído, estaba en su sitio habitual,  intacto. Mira, Ana,  don Luis debe haber asustado al ladrón pues dejó sus robos y huyó por la ventana. ¡Abrase visto, niña, saltó desde la ventana! ¿Cómo habrá quedado de magullado el pobre? ¡Qué pobre, para que aprenda el ladrón  Ana!, que sepa  que los fantasmas aquí,  sí cuidan sus pertenecías.