Hay en el aire un gemido que sale de las piedras,
un murmullo ancestral recorre las
dunas.
En el cielo el minotauro ha cerrado
sus párpados
tiñendo con su sangre los tardíos arreboles.
Nadie sabe qué sucede,
no hay dudas de algún anticipo inesperado,
algo que titila en el espacio como
un péndulo
a punto de oscilar.
Camino bajo fríos ojos de neón,
abandonados
repentinamente por amistosos bichos
de la noche,
y presiento la angustia del momento
que sube
los acantilados de la espera.
Hay, un murmullo agazapado en las
esquinas
de las discordia, un leve modular que no dice nada,
aumentando más las palpitaciones
de las veredas,
sacudidas por breves estertores.
Desde lejos llega el sonido del mar, recogido
más allá de sus profundidades,
trae un anunció desastroso, un
trueno que estalla
en la garganta del viento,
vomitando sobre la playa y luego en la ciudad
todo un licuado de agua, arena y sal.
Cae con ímpetu destructivo,
elevando las casas como juguetes
y los botes de papel zarpan en estruendosa
estampida
hacia desconocidos lugares.
El caos reina, baila junto a los aterrorizados ciudadanos
rezagándose en su carrera hacia los
cerros.
El eco de un grito queda flotando
en la cresta de una ola,
envestido por la furia desahogada
de la naturaleza.
Mañana todo estará en calma de
nuevo.
El tsunami habrá escondido sus alas
en el fondo del océano,
dando una tregua a los humanos
precavidos,
que por esta vez, se han alejado de
la costa.