domingo, 15 de junio de 2014

PUENTE



Ahí estás, colgando del silencio, de lado a lado
como un romántico  presagio en medio de la nada,
sin que alguien jamás te cruce,
ni siquiera un pensamiento.

Estático, indiferente a todo,
al paso de la nube almidonada,
al cambio climático repentino,
al canto febril del pájaro en el vuelo o a la queja
de los árboles cuando los abandona el verano.

Nada te  irrita,
no te inmutas por estar en la misma posición
con los brazos alargados robándole los minutos al día
y dejando de noche que la luna deambule sus caprichos.
¿Dónde tus puertas, paredes y ventanas?
Escalinatas plateadas, barandales infinitos,
caminos interminables que llegan a ti desesperados
en busca de acortar crueles distancias,
embebidos de lejanas longitudes.

Allí estás
donde el precipicio se asoma y el abismo lanza su carcajada
desde el fondo de un espejismo.
Algunos dicen que no existes,
que eres utopía sólo en la mente de poetas
como último recurso a sus locuras,
ofreciendo tu mano de una dimensión a otra.

Pero yo sé que allí estás, sumido seriamente en tu papel
de puente imaginario,
de conector de soledades,
contacto entre dos mundos diferentes.
Uniendo lo imposible
entre paredes que nunca se juntarán,
eslabón milagroso que hará viable
cruzar las fronteras  del crepúsculo
y amanecer al otro lado de la incomprensión.


                                     

domingo, 1 de junio de 2014

¡QUÉ IMAGINACIÓN!




Cuando Blanca Nieves cruzaba el bosque se encontró con el señor  Lobo que se cubría del frío con una piel de oveja.
-Buenas tardes señor Lobo, ¿puede usted darme la hora?
-¿Qué? ¿La hora? ¿Para qué quieres la hora, no  ves que es la tarde?
-Es que vi a un lindo conejito que corría con un reloj de cadena en su mano. Y se escabulló por aquel árbol.
- Bueno, debe de ser la hora del té, y  ésas deben ser las cinco, ya, eso es, las cinco, repitió el lobo, mientras estiraba la piel de oveja para que no le fuera a dar una gripe.
-¿Las cinco?, exclamó Blanca Nieves, debo apurarme o cerrarán la panadería, mi madrastra me encargó el pan para  las onces.
-Oye, oye, no vayas tan rápido, ¿no has visto por ahí a una niña con una capita roja y un cesto lleno de apetitosas cosas?
-No, no he visto a nadie más que al conejito y debo apresurarme o lo perderé de vista.
-Ya, no te apures, que yo sé donde vive y podemos conversar un ratito mientras caminamos a su casa, ¿te parece? Así le damos tiempo a que prepare  algo rico con el té.
-Es que tengo prisa, mi madrastra puede enfadarse si no llego pronto a casa.
-Ah, deja eso mujer, estás bien grande como para que te asustes tanto con una madrastra, posiblemente es una pobre vieja. ¿No?
-Bueno, es algo que  repito desde pequeña y no puedo dejar de hacer, es como costumbre ¿no? Tú me entiendes, lo mismo pasa contigo, si es que esperas a esa niña de capita roja, te diré que  ya creció hace bastante tiempo y hasta se casó y espera para que te cuente, que tiene  siete enanitos, ejem, digo niños.
-Oye Blanca Nieves no me confundas más, hace tiempo que sufro de una rara enfermedad que  me hace olvidar  casi todo.
-¿No has ido a consultar algún médico?
-¿Qué  crees tú? Lo que  le pasa a un lobo no es materia de doctores, lo más factible es que me manden a un zoológico.
-Sí, tienes toda la razón, a mí me pasa algo similar, ya no le digo a nadie mi nombre porque creen que estoy demente. Comienzan a reírse  y a preguntarme si encontré algún príncipe por estos lugares.  Así que mejor me callo y sigo mi camino.
-Oye y ¿de verdad buscas a un príncipe?
-Por favor, no seas tan ingenuo, ¿de dónde sacaste tú también que ando en busca de un príncipe? ¿Tengo  figura para atraer a un príncipe? ¡La gente inventa cada cosa!
- Bueno no, ahora que te veo bien,  estás un poquito entradita en carnes y muy canosa. Tal vez ahora harías buena  pareja con don Quijote de  Mancha.
-Oye ¿qué te pasa? Sólo tengo 39 años.
- ¡Qué te lo crea el gato con botas!
-¡Y tú!, mírate todo achacoso buscando niñas pequeñas, ¡pederasta!
-No, no por favor, eso nunca, es que la mamá de esa niña siempre le pone cosas muy sabrosas en la cesta y ella es muy amable, comparte algunas piezas de pollo conmigo. Mírame, si no tengo un diente, parece que se me cayeron de puro hambre. Y si no fuera por esa niña ya estaría difunto.
-Pobre, me das mucha pena, ¿tal vez quieras irte a vivir conmigo?
-Gracias, pero no, mejor me dejas aquí en el bosque y si vienes tráeme algo rico de comer ya, no seas malita. Eso se llama ecológicamente fusionarse con la naturaleza.
-Sí, no te preocupes, eso haré, vendré a  conversar contigo de vez en cuando.
-Claro, te estaré esperando, ah, mira ya hemos llegado.
Por la ventana de una casita se veía a un conejo colocando la mesa.
-Pasen, pasen, que el  té está listo.
-Te dije que  el señor Conejo  toma onces todos los días a las cinco en punto. Y hace unos quequitos deliciosos.
-Señor Conejo ¿por qué pasó tan rápido por mi lado que no pude  hablar con usted? Y ¿por qué  llevaba un  enorme reloj de cadena?
-Ah, eso, lo que pasa es que te confundí con Alicia, es una vieja pesada que anda  en mi  búsqueda para pedirme que la lleve al  país de las maravillas, ¿te das cuenta? Está más loca que una cabra y es tan insistente que me enfada. Por eso  corrí.
-Oh, ya veo,  perdone si lo asusté.
-No es para tanto. Tomen asiento, ¿cuántas cucharaditas de azúcar?
-Para mí, tres  por favor, pidió el lobo con voz muy cortés.
-¿Y tú blanca Nieves?
-Gracias no le pongo azúcar, ya sabe, por la diabetes.
-¿Tienes diabetes, tan joven?
No, pero me estoy cuidando pues estoy con sobre peso y eso es malo.
-Claro, escuché que la abuelita de la Caperucita murió de diabetes, le gustaba todo lo dulce, mencionó el lobo con  tristeza.
-Bueno, no  se pongan tristes y prueben esos panecitos de zanahoria que me quedaron  muy ricos.
-Me da mucho gusto estar con ustedes, exclamó Blanca Nieves,  siento algo  que no puedo describir estando  aquí, es como si un lazo mágico nos uniera y formáramos parte de una familia. ¿No les parece?
-Ahora que tú lo mencionas sí, desde que te vi  en el bosque  encontré algo familiar en ti, agregó el lobo.
-Pues si ustedes no lo insinúan, yo tuve la misma impresión. Siento como si en vidas pasadas hubiéramos sido grandes amigos  que curioso ¿no?
Bueno, si lo permiten nos podemos encontrar aquí, tomar el té, traer algunos bocaditos para compartir y platicar, propuso Blanca Nieves.
- Me parece una excelente  idea, ya no quiero andar por el bosque corriendo con este enorme reloj, tan pesado y  a la vez preocupado que esa vieja loca de Alicia me venga siguiendo, mi cuerpo ya no resiste ese ejercicio, estoy harto.
-Lo mismo digo yo, afirmó el lobo, ando arrancando de la gripe y con problemas  en una pata. Así que si les parece la próxima semana a esta misma hora nos encontramos en casa del señor Conejo.
Y así quedaron los tres, se juntaban y platicaban  sobre  algunos cuentos tontos  que escuchaban de bocas de los niños del pueblo en  los que los involucraban, y ellos se morían de la risa, ¡qué imaginación tiene la gente!