miércoles, 21 de enero de 2015

EL RÍO


El río avanza con un lodazal de malos augurios. Recoge a su paso todo lo que le estorba en su camino. Su lengua húmeda se apropia de las orillas, las lame hasta quitarles las impurezas. Todo es un caos, el río, antes sediento, ha tragado demasiada agua y ahora la escupe a torrentes, un caudal que da miedo, oscurecido por la rapidez que lleva. Sus dientes de espuma muerden la rivera y la ensanchan hasta alcanzar las primeras casas. Las invade con curiosidad, entra sin pedir permiso y recorre los cuartos a su  entero antojo sin medir consecuencias.
El río no piensa, no tiene conciencia, es sólo un elemento. Los animales, se agitan en sus corrales, el viejo no sabe qué hacer y abre todos los postigos y alambradas en un afán por salvar sus vidas. Los cerdos han sido alcanzados y una  lengua de agua los arrastra hacia el torrente,  chillan de espanto, mientras luchan sin poder desasirse de esos potentes brazos de agua.
 Una bocanada arrastra al viejo que se aferra a un árbol, se amarra con desesperación al tronco usando una cuerda, el río se engrifa, lo quiere para su juego, le  coge las piernas y lo tira como a un muñeco, la cuerda lo mantiene tirante, pareciera que su cintura va a ceder dividiéndolo en dos partes. Una vaca pasa por su lado mugiendo de terror, le mira con sus ojos espantados, pero ya no puede resistir esa locura que la arrastra hasta engullirla entre lodo y  aguas turbulentas. La ve desaparecer en la corriente. En unas ramas más arriba ve unos bultos que se aferran con patas y uñas al ramaje atormentado. Son  sus pollos, unas gallinas y un gallo se tambalean apegados a las ramas.
El anciano ve con desesperación cómo el río se lleva su vivienda, sus enseres, todo lo que formó parte de su vida, se va río abajo desbaratado por las circunstancias. El viejo ha trepado a unas ramas usando sus últimas fuerzas. Se queda allí encaramado, con una mueca de dolor en su rostro, mirando la voracidad del río que era su amigo hasta hace poco, siempre se jactó que había hecho un pacto de no agresión, sin embargo, ahora ve que no se puede  confiar en un amigo que no tiene sentimientos y que le nace un voraz apetito de destrucción abarcando todo a su paso. Ya no es su amigo, piensa, lo mira con tristeza desde lo alto, ve como se engrifa, haciendo un remolino más abajo. El hombre teme que el árbol ceda  y se lo lleve junto a  sus animales y  casa, más allá de lo irrecuperable  que es su propia vida.
El río ha corrido desenfrenado todo el día, pero al atardecer ha comenzado a retirarse paulatinamente. Fue sólo una advertencia, pareciera decirle, “no te acerques a mí, no tomes confianza, soy indomable”. - Sí, claro, refunfuña el viejo,  si no te necesitara me habría ido lejos de ti, mal amigo, mira como me has dejado,  me has  robado todo y ¿ahora qué hago?, solloza, ya no hay tiempo para comenzar de nuevo, mejor me llevas también.

El hombre se desata y con  lágrimas en sus ojos, sin pensarlo más, se deja caer en las sedientas aguas que lo engullen.

jueves, 1 de enero de 2015

VIVO EN EL BOSQUE DE UN SUEÑO


Vivo en el bosque de un sueño,
un sueño púrpura que no tiene fin,
se desliza por mi almohada y no cesa
de invadir mi entorno, asumiendo que
es el dueño de mi mundo.

Sus hilos se adhieren a mi ser y me llevan  al interior
de su ramaje, me confunde entre nidos de nostalgias,
cristales invadidos de silencio.
Trato de llamar tu nombre, pero lo he olvidado
en caminos de interminables ausencias.
A veces me deslizo como una gota de agua
y me convierto en lluvia.

El bosque acapara todo mi ensueño,
teje historias alrededor de mi cuerpo,
me viste de mariposa, susurra a mi oído
y me lleva entre sus  verdes brazos
a mirar el ramaje desde lo alto.
A veces pienso que soy parte especial
de este laberinto de hojas, tallos y ramas,
es difícil asomarse a la ventana y descubrir
vagando a mis soledades, entre colores
grises y velos púrpuras.

Mi voz se escapa, me ha dejado desvelada
rogando por su vuelta.
Es una mala persona, no escucha
se escurre de árbol en árbol hasta que de pronto
pasa y me besa, dejando en mis labios el sabor del olvido.

Este bosque se esconde bajo mi almohada,
está enraizado a mi noche cuando
cierro los párpados abatidos de oscuridad.
Alguien llama entre la espesura,
pronuncia  con vehemencia mi  nombre
y queda  como  eco en mi memoria,
luego se va,
me empuja con su cola florida por los recónditos
secretos del bosque,
hasta perderse en  algún  recoveco del sueño.