miércoles, 15 de abril de 2015

EL HOMBRE RELOJ


A las ocho de la mañana me levanto. Tomo desayuno a las nueve,  a las diez, leo el diario y fumo mi pipa. A las once de la mañana,  me estiro, bostezo, y  miro por la ventana, los pájaros se bañan entusiasmados en una fuente con agua que puse en el patio, ayer a las  cuatro de la tarde.
A las doce viene el cartero y plática cinco minutos conmigo y se va,  dos minutos más tarde viene el perro del vecino y mea a su gusto en mi  vereda. Lo corro por mal educado y le digo unos improperios que el perro entiende y en un segundo sale con la cola entre las patas.
Miro la hora antes de entrar a la casa, son las doce y  cuarto. Hay un gato negro con blanco que ha venido a espantar a los pajaritos que se bañaban alegremente, le tiro mi zapatilla izquierda y  le doy a la fuente que cae con estruendo sobre mi zapato y asusta al minino. Justo cuando ya son las doce veinte,  pasa el hombre que toma el estado de la luz, le digo que vuelvo en dos minutos para cambiarme el zapato y lo dejo entrar a tomar nota  del consumo de luz.
Ya son las trece horas, Matilde me llama para poner la mesa y me voy a lavar las manos.  A las trece y media almorzamos una rica cazuela de pavo nogada,  es mi favorita, saliéndome de la dieta un poco.  A las dos, prendo  la radio, escucho las noticias y pronto empiezo a cabecear hasta quedarme profundamente dormido, mientras en la radio han  colocado réquiem, lacrimosa de Mozart. Matilde dice que  a las tres de la tarde estoy roncando y  parezco un aserradero de madera, creo que exagera demasiado.
A las cuatro llega mi amigo Rodolfo a jugar una partida de ajedrez, tomamos unos wiskisitos y fumamos como diablos.   Matilde viene  a la sala a las  cuatro y cuarto, abre de par en par la ventana.  A las seis tomamos once y  un cuarto de hora más tarde se va mi amigo. A las diecinueve horas, Matilde anuncia que se va y ha dejado la cena  lista en la cocina, me recomienda no olvidar tomarme mis pastillas y, que mañana llegará media hora más tarde porque pasará al mercado por unas compras. Se despide.
 A las veinte horas enciendo la  televisión, busco las noticias del día, verifico la hora y  arreglo todos los relojes de la casa que  están adelantados o atrasados, satisfecho, sigo mirando la televisión mientras  me como la cena. A las veintiuna horas, me fumo el último cigarrillo, luego me preparo para ir a la cama con un buen libro que me tiene muy intrigado,  quedé en el capítulo que anuncia la muerte del malhechor a la media noche.

A las  veintitrés horas me viene una tos que no puedo controlar, trato de levantarme al baño, pero me resbalo en la cerámica del piso. Me golpeo muy fuerte el brazo y la pierna derecha al caer, la tos sigue su curso y siento que con el esfuerzo que hago me estoy meando, no puedo levantarme. A mis ochenta años, y con el dolor de la caída he quedado inutilizado. Recuerdo que no me tomé las pastillas como me  sugirió Matilde, miro el reloj de mi muñeca izquierda y son casi las doce. Un dolor agudo me cruza el pecho, y  pierdo el sentido cuando la campana de la iglesia local, anuncia la media noche.

miércoles, 1 de abril de 2015

ME HE PERDIDO


Me he perdido y me busco en los espejos rotos,
bajo los sauces salpicando llanto
junto al cristal del río,
tras una nube pasajera, dice adiós al  crepúsculo
en  tarde de invierno.

No he cesado de buscarme en los más inverosímiles rincones,
junto al umbral del tiempo que llora
una tupida llovizna de ausencia.
Me he perdido irremediablemente
cuando la sombra de un pensamiento
me ha  cubierto con su ala.
Cuando pronunciaron la cruel palabra, enmudeció mi risa,
oscureció mi sino y dio lugar a mi fuga.
Me he perdido cuando el niño de mi pecho dejó de respirar
y se alejó con sus alas celestes entre los arreboles,
dejando un camino vacío, sin final.

Me llamo y no contesto,
el viento silencia mi susurro y lo convierte en tormenta,
mientras el otoño  cubre con sus hojas muertas,
el cuerpo que no me pertenece.

Lo sé, me he perdido en su búsqueda
entre la bruma maliciosa de una condena
a vivir sin él,  sin  la dulce voz de mi niño
recorriendo ya, otros senderos desconocidos.

Ahora la noche cae  con pisadas silentes,
envuelve  mi sombra, acaricia mi llanto
y de verdad, no quiero encontrarme,
aunque mi voz salga lastimera,  suplicante,
y me ofrezca miles de explicaciones imaginarias,
un refugio en el olvido, un cántaro  colmado de paciencia.

Siento perdido mi rastro
no hay huellas, sino un insondable y negro laberinto
abismal sitio, habitación de la congoja,
solo me  consuela con brazos de duelo
y seca mis lágrimas sin ruido,

acallando mi  fallida búsqueda.