viernes, 15 de septiembre de 2017

EL DINOSAURIO


El abuelo todos los días me hablaba del dinosaurio que por las noches lo visitaba. Yo con mi ingenuidad de niño, me regocijaba en las fabulosas narraciones que el abuelo hacía, pero lo que más llamaba mi atención eran los cuentos del dinosaurio y  quería conocerlo, sin embargo, el abuelo me asustaba diciendo que era muy peligroso que el  animal sólo le tenía confianzas a él y eso le había costado mucho tiempo, así que se limitaba a contarme las historias que él  le  narraba.
Pero abuelo, ¿cómo  sabe hablar ese dinosaurio? Ah, es una larga historia, porque has de saber que los dinosaurios, tiene su propio lenguaje y a mí me costó  aprenderlo después de que nos hicimos amigos. ¿Y por qué no quiere hacerse amigo mío, abuelo? Ya te dije que primero debes  hacerte conocido, y por eso yo le estoy hablando de ti para que te  vaya aceptando, contestó. Ah pero, ¿lo puedo ver esta noche?  Todavía  no, Daniel, es muy pronto, yo te avisaré más adelante, por el momento te seguiré contando sus aventuras que por cierto son muy  entretenidas.
Hubo un tiempo que el abuelo tuvo que viajar, eso fue lo que mis padres me dijeron, pero la verdad es que él había fallecido en el hospital justo cuando yo me había ido de vacaciones con los boys scouts. Todo sucedió muy rápido. Lo cierto es que el cuarto del abuelo permanecía cerrado con llave y de vez en cuando yo pasaba cerca y sentía ruidos pensando que el abuelo había regresado, enseguida comenzaba a golpear su puerta y a llamarlo. Un día  mi madre me sorprendió en eso y  fue entonces que me explicó lo del fallecimiento del abuelo.
Lloré desconsoladamente con  tal perdida. No podía dar crédito a lo que mamá contaba, insistiéndole que yo sentía ruidos en el dormitorio. Ella con mucha paciencia abrió la puerta y me mostró la pieza. Todo estaba igual, limpio, muy ordenado incluidos sus libros  y  aún permanecía ropa suya en el closet, pero no había nadie allí, trajiné todo hasta debajo de la cama, mamá me miraba con pena, pero ella no sabía que yo andaba realmente  buscando al dinosaurio. Como  el cuarto estaba  deshabitado, mamá dejó la llave puesta en el cerrojo y se olvidó del asunto.
Días después estando cerca  de ese cuarto, se me ocurrió entrar y volver a curiosearlo, sólo me preocupaba que el dinosaurio saliera y me atacara, por eso fui  a mi cuarto y me coloqué mi traje de hombre araña, con  el me sentía más protegido.  Regresé y me di coraje para abrir la puerta,  también llevaba un escudo y una lanza, de una obra teatral del colegio. Entré lentamente, prendí todas las luces a pesar de que  había mucha luz de sol. Me  situé en el centro de la pieza y llamé al dinosaurio, lo llamé muchas veces, hasta que me aburrí y salí decepcionado, pensando que nunca  podría ser mi amigo.
Esa noche un ruido me despertó, toda la casa estaba en penumbras y sentí unos pasos que se arrastraban por mi pieza,  me aterré, podría ser un ladrón y me quedé paralizado haciéndome el dormido.
Luego escuché  un pequeño silbido y abrí lentamente los ojos, y lo vi en medio de la pieza, me senté rápido en la cama esperando lo peor, pero no pasó
 nada, no me atacó, por el contrario, lo vi muy triste, se secaba las lágrimas con un pañuelo de mi difunto abuelo, sollozaba tanto que me dieron ganas de llorar también. ¿Eres tú el dinosaurio amigo de mi abuelo?, le pregunté en un susurro. Y él afirmó con su cabeza, luego se vino a sentar cerca de mi cama, tenía hermoso colores  tornasoles que iluminaban el cuarto. Más tarde me contó que el abuelo le había hablado mucho sobre mí y que venía a hacerse mi amigo y a contarme aventuras que le sucedían en su mundo de dinosaurios.
Esto me puso muy contento, dijo que vendría cada noche a visitarme. Me dormí plácidamente; al día siguiente le  conté a mi mamá y hermanos sobre el dinosaurio, y  todos se pusieron a reír. ¡Daniel anda con los mismos cuentos del abuelo! dijeron mis hermanos. Nadie me creyó, pero igual, el dinosaurio viene por las noches y me cuenta historias muy entretenidas. Ahora somos muy amigos.




viernes, 1 de septiembre de 2017

MINÚSCULA



Me mira,
me sigue con la mirada.
Sus ojos no se apartan de mi rostro, de mi figura
y me voy sonrojando
temerosa, cohibida, me hago pequeña,
tan minúscula que  desaparezco en la  estancia
y ahora sólo soy una lágrima en sus ojos.

Me busca, tiene una mirada de ternura,
me hace titubear y quizás logre su objetivo.
Pero me he reducido a la nada,
vago bajo la protección del tiempo
y en ese estado me siento confortable.

Sin embargo, él no cesa de buscarme,
mira a través de mis pensamientos,
penetra en mis sueños, mis secretos,
sigue en su afán de encontrarme y me desnuda
de toda protección, me deja a la intemperie,
cubierta de lluvia, de palabras osadas
tocan mi piel, acarician mi espalda,
susurros  intimidantes, invaden mis oídos,
reclaman algo,  no lo entiendo
y nuevamente me voy  haciendo minúscula,
hasta desaparecer  de su vista, de sus palabras,
de sus caricias.

Ahora desde mi rincón lo observo
va  y viene por la habitación,
llama mi nombre, ilumina con su mirada
y no me encuentra.
Lo  escucho sollozar, ya nada es un juego,
una nube de dolor lo envuelve,
lo transporta  fuera de mi alcance.

Hay una concupiscencia inaudita,
me impulsa a descubrirme, a desear su mirada
auscultando mi entorno.
Entonces me rebelo, muestro mi escondite,
le llamo suavemente y seco sus lágrimas,
beso sus ojos, lo acaricio.
Le pido amorosamente, no me mire,
cierre sus ojos, hasta que mi cuerpo se acostumbre
a su amada  presencia.